Un Funeral de pueblo.
Viernes 21 de febrero de 2014
Cuando regresé al parque pequeño de Montebello (Antioquia), el ambiente era lúgubre, no se escuchaba ni el vuelo de una mosca, los altavoces de las cantinas se habían silenciado y los hombres se habían quitado el sombrero, en señal de respeto por la difunta.
En este momento sale de la iglesia, el cortejo fúnebre con los restos de doña Mariela, una viejita de muchos años, que se había encogido tanto, como de largo tiene el ataúd que cargan sus nietos.
Los lugareños observan en un silencio reverente, el desfile presidido por niños de la escuela, compañeritos de Bryan, un bisnieto de doña Mariela. Todos llevan una cinta morada en el brazo izquierdo, en señal de luto y solidaridad con su compañero de estudio. Algunas niñas portan un pequeño ramo de flores blancas.
Custodian el féretro cuatro mujeres vestidas con falda azul oscuro y blusa blanca que vinieron desde Medellín, enviadas por el Mutuo Auxilio, al cual se había afiliado Mariela desde cuando vivía Genaro, su esposo, alma bendita.
El ataúd es cargado en hombros por jóvenes corpulentos que casi no tienen que esforzarse, pues la abuela se había consumido de tal manera que apenas si parecía un esqueleto forrado en piel.
Tenía 90 años recién cumplidos, y murió de vieja, sentada en la silla donde siempre pasaba las tardes, acompañada de su hija menor, la que se quedó soltera, no se sabe si por vocación propia o por falta de pretendiente.
En el desfile ninguno tiene los ojos hinchados ni luce gafas oscuras. Más bien dieron gracias cuando supieron la muerte de la abuela.
Pero todos están con sus mejores galas pues, como escribió Eduardo Galeano:
‘Vivimos en la cultura del envase: el contrato de matrimonio importa más que el amor; el funeral más que el muerto; la ropa más que el
cuerpo y la misa más que Dios’.
Y es que desde hace tiempo, los nietos esperan la repartición de los bienes de doña Mariela: una casa en el pueblo y un local en el parque que desde antes de casarse había comprado Genaro.
El joven corpulento más alto que desnivela el ataúd, es el nieto mayor. Luce una camisa negra con una cruz plateada en la espalda, la más apropiada para la ocasión.
A su lado va Genaro Alberto, el nieto menor que resultó ser el más ‘calavera’ e interesado. Desde anoche, en medio de tragos, comenzó a discutir con sus tíos acerca de la forma como se distribuirán los bienes de la abuela.
Tuvieron que darle algo que lo durmiera, pues toda la vecindad se estaba enterando de la discusión. Qué pena.
Finalmente el cortejo fúnebre toma la calle real y se dirige al oriente del casco urbano, en donde está el cementerio de Montebello. Apenas el desfile sale de la plaza, se escucha de nuevo la música de los bares y todo vuelve a la normalidad en el parque.
Bastaron solo unos minutos para que todos recordáramos nuestra naturaleza contingente, y regresáramos luego a la vida de aquí y de ahora.