‘Hay quienes corren detrás de la Felicidad, y hay quienes la crean’.
Esta frase que leí en una red social, me sirve para resumir la experiencia de viaje que tuve ayer jueves 13 de agosto.
No quería quedarme trabajando en la casa, deseaba algo de aventura y naturaleza. Pero tampoco quería viajar muy lejos, así que con poco dinero en el bolsillo y muchas ganas en el corazón, subí a San Antonio de Prado en bus para, desde allí, viajar a Heliconia.
En Prado me informaron que el transporte demoraba hora y media para pasar. Entonces me ubiqué a la salida hacia el alto de El Chuscal, con la esperanza de que alguien me recogiera.
Ni siquiera tuve que ir a las afueras del corregimiento, en la misma plaza de San Antonio el conductor de un camión Kentworth que llevaba escombros para el relleno sanitario, me abrió la puerta de la cabina.
Qué maravilla de viaje, en un carro tan alto, conversando con el conductor para quien el hecho de conocer un viajero experimentado, también fue algo positivo.
Ya en El Chuscal, el alto desde el cual comienza el descenso, para Heliconia a la derecha o Armenia Mantequilla a la izquierda, conocí a una persona que realiza un trabajo desconocido para mí: el hombre se mete al monte en busca de especies nuevas de orquídeas, que luego vende en Colombia o en el exterior.
Ese señor me entretuvo contándome anécdotas, hablando de su trabajo y de cómo las Catleyas, Lepantes, Dráculas, son productos muy apetecido en todo el mundo.
Pero en esas un joven que llevaba un equipo de construcción para Heliconia, iba a salir del sitio, le pedí que me llevara a mi destino, y de una aceptó el pedido. Qué persona tan correcta y agradable, a pesar de ser un hombre joven.
Con mi amigo Carlos no solo llegué hasta Heliconia, sino que luego lo acompañé a entregar el pedido a la vereda Altos del Corral, un poblado pequeño, a media hora de Heliconia y en lo más alto de la cordillera.
Los paisajes por el sector son encantadores: vista panorámica sobre el casco urbano de Heliconia, rocas enormes de colores refulgentes, y lo mejor: campesinos amables con los que dialogamos e hicimos amistad. Tanto que ya en la vereda, una señora me dio la razón: ‘Que pase por donde don Norberto que le tiene unas naranjas’.
Así que regresé a la casa de Norberto, un señor de 87 años, corpulento y jocoso, que lleva más de doce lustros casado con María Inés. En medio de sonrisas, me dice Norberto:
‘Es que como usted no pasó de largo, sino que vino a saludarnos, pues había que hacerle una atención’.
Al regreso de la vereda saludamos de nuevo a otro campesino con quien habíamos hecho amistad: Gilberto, un labriego alegre, que con ‘Rambo’, el macho mular y sus dos perros, iba a pié hasta el pueblo. Lleva solo un bulto de limones y otro de plátanos que espera vender en Heliconia.
Por la carga le pagarán diez mil pesos, si acaso, pero hay que ver el entusiasmo y la felicidad que irradia este campesino. Hoy mismo regresará caminando hasta la vereda, en un recorrido que le llevará dos horas.
Al regreso de Heliconia, invité a almorzar a Carlos, ‘mi’ conductor, quien me dejó por fin en el paradero del bus, en el cual llegué a casa.
Con el anterior relato, lo que quiero mostrar es que: viajar ayuda, y de qué manera, a CREAR la felicidad.
Si uno se queda en casa, no le pasará nada malo, pero tampoco vivirá experiencias increíbles, aventuras insospechadas, ni conocerá personas sencillas que le dan ejemplo de capacidad de disfrute, a pesar de las dificultades.
En fin que, ser feliz es fácil y, como mostraré luego, no exige mucho dinero. Basta trabajar por disfrutar de todas las cosas buenas que la vida nos ofrece.
La felicidad es un hábito fácil de adquirir. Y viajar es una de las cosas que más bienestar nos aporta.
Usted también puede hacer que le sucedan cosas extraordinarias.
La felicidad no cae del cielo, hay que crearla, encontrarla en las cosas sencillas, los amigos, la familia, la naturaleza, todas las riquezas que nos rodean y que a veces no disfrutamos por buscar lo poco que nos falta.