Pachavita (Boyacá).
Domingo 24 de abril de 2016
El viaje desde Guateque a Garagoa y por fin a Pachavita, fue accidentado pero muy entretenido.
Un taxi pequeño me llevó directo hasta Garagoa. A las ocho de la mañana estuve en Las Juntas pero como yo era el único viajero, esperamos los otros tres para completar el cupo, con los pasajeros que traía un bus desde Macanal.
Aproveché ese tiempo para tomar fotos del río Bata, en los inicios del embalse La Esmeralda.
Se ve muy bella esa vertiente con su curso ondulado, parece una serpiente gigantesca. También me metí al túnel que se inicia ahí en Las Juntas.
Ya en Garagoa dejé el morral en el guarda-equipajes que cobra mil pesos por día, y caminé dos cuadras para llegar cerca a la plaza de mercado donde estacionan los taxis que van para Pachavita.
Y vino algo curioso: un taxista me dijo que lo esperara ahí no más, que en seguida pasaba por mí para irnos a Pachavita, que iba a recoger un bulto de cuido.
A los cinco minutos regresó el hombre con el puesto delantero disponible para este viajero, en la banca de atrás cuatro personas, dos adultos y dos sardinas y el bulto de cuido en la maleta. Y así arrancamos el viaje que nos llevará 40 minutos solamente.
Durante el recorrido yo me preguntaba: ¿cómo es que este hombre abusa de esa manera de un taxi Hyundai Atos? Se ve que él no es el dueño.
Menos mal, después de La Frontera, donde se desvía la carretera para Pachavita o Chinavita, nos metimos por un camino y en la portada de la finca dejó a los otros cuatro pasajeros y el bulto.
Siquiera, porque lo que sigue es un ascenso empinado hasta Pachavita. Me recuerda el ascenso a Santa Elena, en Medellín, por la vía de Buenos Aires.
Más arriba está la salida para la Reserva Natural los Cristales, en dirección al Páramo.
Apenas coronamos el Alto de Carvajal, ya cerca de mi destino, bajé a tomar fotos del alto desde el cual se lanzan los parapentistas y del pueblo de Garagoa que se aprecia muy bien, en la ladera del frente.
Mi amigo el conductor me cuenta que a principios de noviembre, todos los años vienen hasta acá parapentistas de Colombia y otros países a lanzarse desde ese alto.
Pachavita es un pueblo muy bien cuidado, con una plaza y parque de maravilla. Apenas hace unos días Pachavita empezó a tener televisión digital.
Si hoy domingo se ve solo, cómo será en semana.
Las edificaciones del marco de la plaza tienen balcones antiguos, unas pintadas de azul y crema, otras de blanco y marrón, todas muy bien conservadas.
El piso del parque es firme, en lajas de piedra, lo mismo la fuente del centro. Bellas palmeras decoran las cuatro esquinas.
La iglesia de una sola torre está bien, lo más destacado es la baldosa del piso con diseños creativos.
El altar fue hecho en madera, lo mismo el púlpito y la mampara posterior.
Pasé por el colegio y la Capilla de Santa Bárbara, cerrada ahora, y anduve por la calle comercial, la más larga y plana, que sale hacia la otra entrada al pueblo, la que viene de Tenza y es menos pendiente.
Me ubiqué a la salida del pueblo.
A las 10:30 sale una buseta para Bogotá, pero para ganar tiempo, a las diez de la mañana me subí de parrillero en una moto que en media hora me dejará en La Frontera.
En la moto, detrás de mí, va una caja plástica, así que no dispongo de mucho espacio para mis cuatro letras, pero lo importante es que no hizo mucho sol.
Poco a poco, con la vibración de la carretera destapada uno se va acomodando y acostumbrando a una incomodidad pasajera.
Mientras pasaba carro para Chinavita, me entretuve en La Frontera hablando con Ezequiel Mora Sánchez, un hombre amable y conversador.
No pasan muchos autos ni motos, siempre me tocó esperar diez minutos hasta cuando me recogió una camioneta cuatro puertas, vieja y con mercado adentro.
Por dos mil pesos me llevó hasta mi destino que está a solo cinco kilómetros de La Frontera.
En este municipio habitan en total 2.500 pachavitenses, 500 en el pueblo y 2.000 en las veredas.
El alcalde hasta el 2019 es el señor José Jacinto Morales Sanabria.