Murillo (Tolima).
Martes 18 de agosto de 2015
De Manizales viajaré a Murillo, un bello municipio tolimense, en una buseta de muchos años. Lo único confortable de este bus viejo, es la silla atravesada al frente, donde pude estirar las piernas durante buena parte del recorrido.
Al comienzo del viaje se divisan las antenas ubicadas en la parte alta de un pequeño cerro, aprovechando la altura del lugar.
Luego, a medida que se asciende por carretera en malas condiciones, empieza a verse la vegetación propia de los páramos: líquenes, frailejones, musgos, pajonales y en general plantas casi siempre de hojas carnosas y grises.
A veces con flores pequeñas amarillas o rojas, pero siempre plantas de mediana altura. Todos los animales tienen pelaje largo para protegerse del frío.
Las rocas de muchos colores, son también motivo de admiración. Recuerdo una en forma de lajas delgadas, otras de colores ocres tirando a negro.
Al fin llegamos al sitio llamado ‘La Bodega El Sifón’, que pertenece al municipio de Casavianca y en donde sale la carretera que conduce a los Termales Aguas Calientes. El Sifón es prácticamente la mitad del recorrido entre Manizales y Murillo.
Continuamos el viaje hasta cuando, cerca de las seis de la tarde, nos varamos. Una piedra afilada se introdujo en medio de las llantas traseras y cortó uno de las neumáticos. Por suerte el repuesto estaba inflado.
Apenas nos hemos encontrado un camión, de resto ningún otro vehículo ha pasado en contra vía. Así que una varada por motor o parte eléctrica, sería más complicado.
Ya habíamos dejado atrás los riachuelos que son ahora, los ríos Lagunilla y Azufrado, causantes de la tragedia de Armero, el 13 de noviembre de 1.985.
También habíamos recogido un par de expedicionarios bogotanos que bajaban del cráter del volcán Arenas del Nevado del Ruiz. No les hizo muy buen tiempo, así como a nosotros que, aunque el cielo ha estado despejado, no hemos visto la meseta nevada, debido a la inmensa nube que la cubre.
Uno de los aventureros comenta acerca de la ventaja que significa un GPS para escalar estas tierras desoladas y donde a veces so se ve nada, dos metros delante de los ojos.
Yo me vine en camisa de manga corta. Así que debo cuidarme cuando salgo del bus y me expongo al ambiente paramuno. El frío intenta congelarme la punta de la nariz. Apenas tomo la foto, corro a refugiarme en la carrocería del bus.
Me dio mucha alegría cuando, a las 7:30 de la noche y después de cinco horas de viaje llegamos a Murillo. En principio me gustó este pueblo, con su plaza inmensa y plana, las fachadas de muchas casas bien decoradas al estilo de la arquitectura de la colonización antioqueña.
Y es que el viaje fue algo riesgoso porque se trata de una carretera por donde transitan muy pocos vehículos, con pocas casas al lado de la vía, solo cuando comienza la parte de carretera pavimentada, unos cinco kilómetros antes de llegar, empiezan a verse residencias.
Al llegar a la plaza lo primero fue tomar un pocillo de chocolate caliente por $600 y dos pandequesos grandes, que me supieron delicioso, a quinientos pesos cada uno. Los venden en la ‘Panadería Leidy Lilliana’, ubicada en el marco de la plaza, frente a la iglesia.
Pero nada tan reconfortante como el baño con agua tibia, en ‘La Posada del Turista’, luego de un día tan ajetreado y del polvo de la carretera, casi toda descubierta.
Miércoles 19 de agosto de 2015
La plaza de Murillo amaneció espléndida, iluminada por potentes rayos solares. Siquiera me levanté temprano para disfrutar hermosas vistas.
Lo primero fue desayunar con huevos en cacerola, almojábana y chocolate en la ‘Panadería Leidy Lilliana’. Fotografié la Alcaldía y la iglesia, ambas en uno de los costados de la plaza, amplia y plana de Murillo.
En esas apareció, como un ángel, John Páez, un cultivador de mora, de buena presencia, que llegó en su potente moto AKT. Le pedí que me diera una vuelta para conocer y fotografiar el pueblo, y de una aceptó mi solicitud.
No, qué maravilla, John se detiene donde necesito enfocar una casa con fachada colorida, como son casi todas las de Murillo.
Y es que la alcaldesa actual ha tratado de revivir el estilo de la arquitectura de la colonización antioqueña que siempre ha tenido este municipio tolimense.
Sobre todo las líneas coloridas con tablas verticales, son la decoración más común en los frentes de las casas. Y se ven preciosas.
Yendo para el hospedaje a empacar, me encontré un anciano, solo y enfermo, que recibía el sol, sentado en una de las esquinas de la plaza. En nombre de John, le dí el dinero que le hubiera pagado a mi amigo, por el tour a través del casco urbano.
Me impresionó la cara de admiración y satisfacción del viejito apenas vio el billete que, para sus necesidades, seguramente fue mucho dinero.
Así que recogí el morral en el hospedaje y ahí mismo abordé una camioneta doble cabina que salía para El Líbano. Estos carros prestan servicio entre ambos pueblos, cada media hora. El pasaje cuesta $5.000, para 45 minutos de recorrido.
La carretera entre Murillo y El Líbano, va siempre en descenso, y habla de lo que han sido las dos administraciones municipales. Mientras que la alcaldesa de Murillo ha mantenido bien la vía, a partir de la mitad del camino, el pavimento se conserva en mal estado y así se ve también la plaza de El Líbano.
Otra circunstancia particular en Murillo es que, a partir del año 2000 cuando hubo varias tomas guerrilleras, este pueblo perdió población pues muchos de los jóvenes y líderes naturales se fueron a vivir a otras partes.
Hasta el 2019, gobernará el municipio otra mujer: Marta Cecilia Sánchez León.
Este pueblo tiene cinco mil murillenses, 1.600 en el pueblo y 3.400 en las veredas.