Circasia (Quindío).
Martes 31 de enero de 2012
Hoy amanecí en Pereira. A las 7:30 y por $ 5.000, salí en la buseta de Occidental, directo para Circasia. Desde la autopista del café, el pueblo queda a menos de un kilómetro, pero es mejor llegar directo a la plaza.
Circasia fue fundado en 1.884 por colonizadores antioqueños, con el nombre de ‘La Plancha’. Posteriormente este municipio recibió el nombre de Circasia, en recuerdo de la zona rusa del Cáucaso, ubicada entre el mar Caspio y el mar Negro.
Estoy feliz por todas las cosas buenas que viviré hoy. Y porque me ha tocado existir en esta época de Internet y celular, que hacen la vida tan agradable y fácil. Qué maravilla! Con toda razón, por estos días, casi nadie quisiera morirse.
Y ni hablar del mango picado a mil pesos, que vende una señora en el parque. Hoy hace una mañana hermosa, de cielo abierto y sol brillante. Así que el día promete estar muy apropiado para viajarenverano.
A las 7:15 de la mañana del 12 de febrero de 2009, hace solo tres años, ocurrió en Circasia un acontecimiento que difícilmente van a olvidar los habitantes de este municipio.
Al parecer, un corto circuito originó un gran incendio, que destruyó por completo la iglesia de Nuestra Sra. de las Mercedes, una ermita con 97 años de existencia, la única iglesia que se conservaba intacta desde su construcción, en todo el Quindío.
Con razón los empleados de la Casa de la Cultura, el primer sitio que visité en Circasia, casi llorando, me proporcionaron el video, con fotos tomadas mientras la capilla ardía en llamas. La razón por la cual el incendio se propagó tan rápidamente hasta hacerse incontrolable, fue que el templo estaba construido en su totalidad en madera, forrada con láminas de zinc.
Era una iglesia de estilo colonial, sencilla pero muy apreciada por los circasianos. En su defecto, hoy ‘arde la Fe’ en una capilla improvisada hecha de guadua y en el mismo costado oriental de la plaza, donde estaba el templo antiguo.
El parque principal de Circasia es plano, amplio y está bien arborizada. Por todo el andén del parque hay casetas, unas en guadua y otras en lata, pero siempre pintadas con colores al estilo de la arquitectura de la colonización antioqueña.
De todas maneras hubiera sido mejor encontrar una plaza libre de puestos de ventas. Seguramente aquí también hay que pagar favores a los votantes de alcaldes y concejales.
Una de las razones por las cuales quería venir a Circasia fue porque el domingo, cuando pasamos por aquí, regresando del Parque del Café, vi a lo lejos el Mirador Alto de la Cruz, recién inaugurado por el alcalde anterior.
Así que una vez en el lugar, fui a divisar desde lo alto de la atalaya, luego de pagar los mil pesos por el ingreso y subir despacio, las 63 escalas que lo separan del suelo.
Y aquí estoy, en lo más alto del mirador. En principio la vista del pueblo no es tan bonita, pues muchos de los techos de las casas son de zinc o asbesto. Eso sí, los alrededores son muy verdes y bastante atractivos.
Se destaca en el noroccidente la gran cubierta redonda, como la cáscara de media naranja, pero en metal, que protege el coliseo de deportes del municipio.
Algunas casas tienen balcones y mampostería propia de la arquitectura de la colonización antioqueña; pero no son muchas. Por lo que se ve desde acá, Circasia es un pueblo plano, mediano y con sus calles en forma de damero.
Es cierto, sin una iglesia fija y de torre alta, el pueblo se ve como acéfalo, como si le faltara algo importante.
Desciendo a la base del mirador, en seguida del cual hay una cancha sintética particular. En Circasia no hay moto-taxis y se ven pocas bicicletas, no obstante ser un pueblo tan plano.
Y hay dos casas antiguas que vale la pena visitar: la de la familia Duque Naranjo, decorada con muebles y enseres del siglo pasado, y la Casa Museo Cipriano Echeverri, también con bellos artesonados de la colonización antioqueña, en donde se admiran fotos, objetos y utensilios de épocas lejanas.
Pero lo más representativo de Circasia es el Cementerio Libre, que en 1.933 hizo construir un libre pensador de nombre Braulio Botero Londoño. Allí se podía enterrar a cualquier persona, independiente de sus creencias religiosas, inclinación sexual o condición racial.
Hay que recordar que durante mucho tiempo existió en los cementerios católicos, un anexo por fuera del campo santo, en donde sepultaban a los suicidas que, dada la circunstancia de su muerte, no tenían cabida dentro del cementerio religioso.
En aquellos años floreció en Colombia una secta masónica, constituida en su mayoría por hombres contestatarios, amigos de la libertad y la tolerancia. Se cuenta incluso que en el Cementerio Libre, ubicado a la salida para Montenegro, los cuerpos eran sepultados de pié, y que el periodista y escritor Gustavo Álvarez Gardeazábal, pidió ser enterrado en ese panteón.
Por todo ello, Circasia es llamada la ‘Tierra de hombres y mujeres libres’.
Estuve unos minutos esperando transporte en la salida del pueblo. Cada cinco minutos pasa una buseta de Cootrasir con destino Armenia, claro, la capital del departamento.
Mientras espero el bus para Filandia me admira ver un joven que hace perifoneo en su moto. En la parte de atrás del sillín ha instalado su equipo de sonido con amplificador. Así que sin consumir mucho combustible, el hombre anuncia la llegada, este sábado, de la optómetra profesional y el sitio donde atenderá las consultas.
Qué bueno haber venido, lo que más me gustó de Circasia fue su vocación libertaria y tolerante.