Turbaco (Bolívar).
Domingo 2 de mayo de 2010:
Un domingo en el Centro Histórico de Cartagena no es tan bueno, como que hace falta el correr de la gente por las calles de La Matuna. Así que en este día festivo, lo mejor es ir a algún pueblo.
En la india Catalina abordé un bus de Socorro, que me llevó hasta el reloj donde se chequean los buses de Turbaco. Quiero conocer este municipio del cual me habló bien Ailyn, la guía que nos acompañó ayer sábado en Manzanillo del Mar.
En una hora que duró el recorrido urbano, el conductor del bus hizo sonar el pito 145 veces. Parecía que iba de afán, pero de pronto se detenía en un paradero a esperar otros pasajeros. Es como una manía que permite afirmar el ‘yo’, en la medida que se cree que quien tiene derecho a la vía es el conductor de este bus, y no otro.
Me llama la atención la cantidad de mensajes religiosos que se leen por estos barrios periféricos de Cartagena.
Solo Dios Salva
Lee el salmo 91
Si Dios está conmigo, quién está contra mí?
Jesús, joya de puro amor.
Creo que estas creencias le dan razón a Carlos Marx y explican en parte por qué no ha explotado la bomba de tiempo, que son los barrios tan pobres de Cartagena. La fé católica y protestante de los cartageneros, hace que se posterguen las protestas sociales y la clase dirigente cartagenera pueda seguir haciendo de las suyas, acumulando riquezas a su favor, mediante negocios corruptos.
La buseta desde la India hasta Ternera se demora mucho, pero de allí hasta Turbaco son solamente quince minutos de recorrido por mil pesos el pasaje, generalmente en buses con sillas de tres y dos puestos. Son carros de mucha edad, ya librados muchas veces, por lo cual a sus dueños les sobra dinero para engallarlos con adornos y accesorios.
El bus rojo y negro en el cual llegué a Turbaco tiene una cortina granate inmensa que cubre el 81% del parabrisas. Eso sí: está como recién lavada. El conductor está sentado muy cómodo y fresco en una silla de tiras plásticas, que permiten amortiguar el movimiento y dejan pasar el aire por toda la espalda y las cuatro letras del chofer.
El aviso frontal de la carrocería con el nombre del municipio, a veces es tan decorado y de un diseño tan sofisticado, que no es fácil leer la palabra que anuncia.
A Turbaco se ingresa por una vía amplia en cemento y con muchos comercios a lado y lado. Una cuadra antes de llegar a la plaza principal el bus gira a la derecha y es ahí donde me bajo para visitar el centro del pueblo.
La calle principal se estrella de frente, con una iglesia pequeña y de dos torres cónicas invertidas. Un sendero de palmas reales conduce al visitante hasta el atrio del templo.
En el costado norte del parque alargado, está el Palacio Municipal con 16 torres gruesas y sólidas, pintadas de blanco y con capiteles dorados. Más arriba está el edificio marrón y amarillo, donde funciona la Institución Educativa de Turbaco. También en el costado norte del parque está la hermosa casa cural, de arquitectura preciosa y muy bien conservada.
La iglesia principal de Turbaco se erige en honor de Santa Catalina de Alejandría. Su imagen ocupa lugar sobresaliente en el retablo central del templo.
Se trata de una iglesia sencilla, pequeña por fuera pero bien amplia en su interior. Esta bien pintada ahora y lo que más me llamó la atención fueron las imágenes en alto relieve de los cuadros, con las estaciones del Vía Crucis. Bastante coloridas y un poco primitivistas.
Este municipio tiene en total 63 mil habitantes, de los cuales 58.000 viven en el casco urbano y el resto: cinco mil, habitan en los campos. Me tomo una gaseosa en el Supermercado JJ, antes de caminar por el pueblo y espero que abran las puertas del templo parroquial.
Otro establecimiento muy bien ubicado es ‘La Esquina del Sabor’. Ocupa una casa esquinera de una arquitectura mudéjar preciosa. Pero, qué pesar, taparon los arcos ojivales y calados del edificio, con el aviso y el quitasol comercial.
Cuando le tomé una foto a la fachada, salió un hombre que parecía el dueño del negocio como a preguntar ¿y este por qué le toma foto a mi restaurante? Sin embargo yo ya iba unos pasos adelante y una cuadra después vi como el señor seguía en la entrada del establecimiento, con varios de sus empleados que vestían la misma camiseta azul.
Bueno, pues si me reclaman algo, muestro las fotografías previas para explicar cómo mi interés no era otro que, el estilo arquitectónico tan bonito que conserva el local. Además la fachada hace parte del espacio público.
También fotografié unas casas antiguas muy particulares que aún se conservan en este pueblo. Muchas tienen corredor frontal decorado con columnas griegas.
En Turbaco como en todo pueblo de tierra caliente, se ven muchas moto taxis y ‘moto carros’, como llaman acá a las motos de tres llantas y con capota, las más utilizadas por los turbaqueños.
El parque principal está adornado no solo por las palmeras reales, sino que hay un monumento en honor de Juan de la Cosa en el cual se lee:
‘El genio mortal de la Historia,
lleva en sus alas, por tierras y mares,
el nombre y la fama de Juan de la Cosa,
excelso marino, cartógrafo insigne,
que ofrendó a Colombia su vida,
florón de gloriosas empresas navales’.
Y es que don Juan fue un verraco: acompañó a Colón en los dos primeros viajes, y también navegó con Alonso de Ojeda en calidad de piloto mayor, cuando se hizo la expedición al continente sudamericano. Juan de la Cosa también vino a las Indias acompañando a Rodrigo de Bastidas, pero murió combatiendo contra los aborígenes.
Don Juan era cartógrafo y como tal fue el primero en dibujar un mapa del continente americano. Así que el español este, no era cualquier aparecido, con razón los turbaqueños le han hecho ese reconocimiento.
Diagonal a la iglesia de Santa Catalina de Alejandría está la casa que fue sede de la campaña a la presidencia de Barak Obama. Silvio Carrasquilla Torres, un turbaqueño admirador del actual presidente de Estados Unidos, fue quien pintó su casa con los colores de la bandera americana y la engalanó con la imagen del burro, símbolo de los demócratas.
Ese tal Silvio fue durante el período 2003-2007, el alcalde más joven de Colombia, cuando fue elegido burgomaestre de Turbaco.
Frente a la casa de Obama, perdón, de Silvio, hay un kiosco pequeño y de mal gusto que ofrece mesas plásticas a sus clientes.
Algo que sí estorba en la plaza principal de Turbaco, es el gigante tanque del acueducto, al lado de la iglesia principal. Y es que el lote donde se erige la ermita, es el sitio más alto del pueblo y para aprovechar la gravedad, ubicaron a su lado el voluminoso recipiente.
Creo que esa estructura se presta para construir allí un buen mirador, semejante al que se aprovechó en San Martín de los Llanos, Meta. La vista desde lo más alto del tanque debe ser hermosa y de 360º.
En la carrera 6 con calle 13 hay una bella edificación con puertas en arco y que ahora es sede de la Casa de la Cultura. Un paisano me cuenta que allí funcionó hace años el Matadero Municipal. Bien hecho que se haya conservado tan bien ese hermoso edificio y que se le haya dado un uso más meritorio.
En este momento bajo unos metros por el callejón de la Casa de la Cultura, para divisar hacia el norte de Turbaco.
Se aprecian vegas verdes al centro, el barrio El Paraíso al norte y al sur las instalaciones de Coralina, una fábrica de mármol, creo yo. Todo eso se divisaría mejor desde lo alto del Tanque del Acueducto que propongo.
Sin embargo lo más impactante de Turbaco no lo había vivido todavía, hasta después de pasar por la Casa de la Cultura. En las afueras de un solar había muchas motos estacionadas. El patio era una explanada no muy amplia en la cual se acomodaban 107 hombres y solo cinco mujeres.
Casi todos hablaban con emoción mientras algunos libaban la cerveza que mantenían en la mano. Otros contaban billetes a la vista y los más escuchaban con atención a quienes hablaban a voz en cuello.
En el fondo del solar, están las graderías en círculos concéntricos, las de atrás más altas que las primeras, con el fin de facilitar la visión de todos los espectadores. El ambiente es de fiesta, pero también de licor y de muerte…
Nunca había estado en una gallera tan concurrida. Contra las paredes del recinto había 52 jaulas cubiertas con anjeos y con un gallo de pelea en cada cubículo. Los animales se alternaban para entonar su canto, como queriendo demostrar que, cada uno era el más valiente y el más aguerrido contendor.
El juez, un hombre corpulento que lucía su camiseta roja, con el distintivo de árbitro encima del bolsillo, estaba atento a dar inicio a las apuestas.
Así que no esperé hasta cuando se inició el espectáculo, sino que salí del recinto en el momento cuando el bullicio se hizo más sonoro y apenas hube tomado una fotografía de manera furtiva.
La mera visión de las espuelas postizas y afiladas que le colocan a los gallos, me atemorizaron y preferí disfrutar de algo más emocionante en el parque principal. Detesto esa fiesta circense y macabra, más aún que la de los toros.
También sobre el marco de la plaza está ‘La Barra de Mile’, un establecimiento con una encantadora terraza afuera, donde me tomo una cerveza helada mientras escribo estas líneas y escucho mi complacencia: ‘Cantando’, de Diomédez.
Qué buen lugar ese, con cuánto volumen se escucha allí la música en amplificadores potentes y de sonido fino. Al fondo el firmamento se pinta de naranja, mientras que un sol rojo se pierde en el horizonte.
Durante el tiempo que estoy en ‘La Barra de Mile’, llega al centro del parque el Trencito de Rocky, un carro bien hecho, bastante bonito y con bocina de sonido idéntico a los trenes de antes.
Más adelante lo vi bajar repleto de niños y algunas mamás. El mejor trencito que he visto, por su diseño y originalidad.
Cada cinco minutos baja también por el centro de la plaza, un bus con destino la capital de Bolívar. Hay buen servicio de transporte en Turbaco. Todavía la botella estaba medio llena, cuando me complacieron de inmediato con ‘Mariposa Traicionera’, mi otra canción preferida.
Bueno, son las 6:30 de la tarde y debo cenar antes de viajar a Cartagena. En ‘El Pollo Azul’ disfruto de un cuarto de pichón asado por $ 4.000. Lo sirven acompañado de bollo de maíz y una porción de suero costeño exquisita. Cómo sería que pedí que me trajeran un poco más. El hidratante fue un té de limón, que también me supo rico.
La mayoría de los pasajeros procedentes de Turbaco, al llegar a Cartagena, se bajan en el sitio conocido como la Cervecería. Allí abordé un bus urbano hasta la india Catalina por $ 1.300. A mitad de camino el conductor se detuvo ante una venta de chance para hacer el 628 de la placa del carro y el 041 del consecutivo de la empresa. Suerte, campeón!
Llegué a mis aposentos privados a ver el noticiero y los goles de la jornada futbolística del día. El de hoy también fue un paseo muy entretenido. Ah, delicioso!
Siempre que pienso en Turbaco pienso en paz y tranquilidad. Debe ser porque tengo tíos viviendo allá y me hablaban mucho del lugar cuando estaba en Cartagena. Lastima que hayan tantas motos que para lo que hacen es empobrecer la apariencia del lugar. Por cierto, me gustó mucho esas casas y lugares coloniales de Turbaco.
Gracias por el recorrido por Turbaco.
Con gusto, saludos.