Versalles (Valle del Cauca).

Sábado 6 de junio de 2015

El pasaje de La Unión a Versalles cuesta $7.300, para 50 minutos de recorrido. Como La Unión está en el plano, al pié de la cordillera, hay que trepar una cuesta en medio de tierras áridas. A mitad de la pendiente, se pasa por un mirador espléndido, con vista sobre La Unión y gran parte del Valle del Cauca.

A partir del alto del Sabanazo, comienza el descenso y cambia el panorama por bosques y cultivos verdes. Más adelante están las partidas para El Dovio, municipio que también aspiro a conocer en esta correría.

A las 9:20 pasamos por el corregimiento de Quebrada Grande, con capilla de diseño agradable.

En adelante viene un descenso y plano que forman dos ‘U’, hasta llegar a Versalles que, no se ve sino cuando uno está muy cerca del casco urbano.

El marco de la plaza de Versalles, es bastante colorido. Se parece a esas fotos a las cuales, mediante Photoshop,  les refuerzan los colores. En veinte días se celebran en Versalles las fiestas de la neblina, fenómeno climático, frecuente en el pueblo. Entonces ahora sí entiendo por qué, esos colores tan acentuados. Sin embargo, hoy he venido en un día de sol intenso, prefiero viajarenverano.

Y es que todo en Versalles es colorido: las flores de los curazaos, el kiosco y las bancas del parque, los vestidos de las indígenas Embera, con sus volantes superpuestos, decorados con franjas de tonos contrastantes; los tenis y las medias, también son de tonalidades fuertes.

Aunque la plaza de Versalles no es del todo plana, no se puede negar que es un centro bonito, pintoresco y alegre. El parque principal es pequeño, tiene árboles medianos y un kiosco decente en el eje. En los alrededores se ven varias esculturas aceptables, de personajes ilustres del pueblo, entre ellos el cacique Patuma.

Pasé a fotografiar la iglesia de la Inmaculada Concepción, con arcos y un vitral gigante, con la imagen de la Virgen, arriba del altar. Otro detalle diferente, son las estaciones del vía crucis, talladas en madera.

En seguida, claro, la visita a la Alcaldía, de tres pisos, en la parte de abajo de la plaza. Me impresionó ver a todos los funcionarios como tan animados, alegres y comprometidos con la administración.

El alcalde como que ha hecho una buena labor, sobre todo en la parte ambiental y social. En su despacho lo saludé e incluso me hice fotografiar a su lado, luego que Darío Rodríguez Jiménez, como se llama el burgomaestre, me mostró la foto de ‘Popeye’, el guardaespaldas de Pablo Escobar. Todo el mundo dice que se parecen bastante, y sí, tienen la cara semejante. En el pueblo me cuentan que desde hace varios años no se comete un homicidio en Versalles.

En la esquina inferior de la plaza, un lugareño le pinta pajaritos de colores a su cliente, cuando le habla de la finca que tiene en venta. El campesino lo escucha con atención, mientras la cabalgadura descansa bajando los párpados.

Estuve en la Galería, una plaza de mercado tal vez más grande que las reales necesidades de espacio, y muy retirada del centro. En un pueblo inclinado, se corre el riesgo que la gente la use poco.

Hoy fue día de mercado y a esta hora de la tarde regresan a sus resguardos los indígenas Embera.

Por último, una moto me subió hasta la salida para La Unión, en donde hay tres cruces que colocaron como recuerdo, los bachilleres de una promoción reciente. Ya ve, no está mal ese gesto de agradecimiento con el municipio.

Por ahí cerca hay una valla que promociona los atractivos turísticos de Versalles, casi todos de corte ambiental: El Sendero Ecológico Aguas Limpias; el balneario y Parque Recreacional La Suiza, con piscinas; la Granja Municipal donde personas mayores cultivan y crían cerdos; la iglesia de la Inmaculada, etc.

Fuera de esos atractivos ecológicos, no es mucho lo que hay para ver, más allá de la plaza principal. Son muy pocas las residencias que conservan intacta, la arquitectura de la colonización antioqueña.

Por fin, empecé a caminar por la carretera solitaria, hacia la salida, a la espera que un carro me recogiera. Cuando en esas apareció una señora joven que me preguntó si quería que me llevara hasta Quebrada Grande, o prefería seguir a pie. Por supuesto que para mí era mejor ir de parrillero en su moto.

Se trata de una funcionaria de la Alcaldía, a quien no saludé en su oficina, porque estaba ocupada con un señor. Qué viaje tan maravilloso ese, recibiendo la brisa, sin casco mi conductora ni yo, lo que nos permitió tener un diálogo fluido acerca de su trabajo y del municipio. Mi amiga maneja despacio, como me gusta y más disfruto del paisaje, la brisa y la sensación de libertad, que dá el viaje en motocicleta. Cuando quise fotografiar algo, ella detenía el vehículo para que yo lograra la mejor imagen.

La funcionaria me contó que en la Granja de La Hondonada, se ven unos paisajes preciosos, que sería bueno que yo los fotografiara. Será en otra oportunidad, pues ese sitio siempre queda retirado de Versalles y es de cierto cuidado.

Me despedí de mi amiga, fotografié la capilla de Quebrada Grande y compré dos empanadas con carne, a $500 cada una, recién fritas y muy oportunas para mi estómago.

Aquí, donde están las partidas, voy a esperar carro para El Dovio.